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El talento está bajo sospecha

Los amantes del baloncesto saben de lo que hablo. Lo decía mi admirado, espléndido y malogrado, Andrés Montes, durante muchas de sus retransmisiones: «El talento está bajo sospecha». Y no hay vuelta de hoja, es así.

Yo creo que las empresas y los directivos, o gerentes, se parecen bastante a los equipos y las ligas de baloncesto, especialmente a la NBA, que todos buscan imitar. De la misma forma que todas las empresas quieren competir en la gran liga mundial de Internet y la digitalización.

Siempre he querido pensar que, como consultores externos, nuestro trabajo sirve para sembrar una semilla que debe culminar con la creación de un departamento de I+D, en caso de que la empresa crezca lo bastante como para tenerlo; por lo que nunca he visto mi labor como algo cíclico dentro de los procesos de una empresa. Cuando un equipo pequeño ya tiene las herramientas y los procesos para ser grande, el resto depende de su propia organización interna y del trabajo de todo su personal.

Así que yo siempre he intentado que las empresas recluten talento, para aprovechar esa dinámica que se crea; y mantengan el que ya tienen, porque la fuerza de los líderes en el vestuario siempre hace mejor al equipo. El problema es que las direcciones técnicas se han empeñado siempre en llevarme la contraria. Muy especialmente en las crisis.

¿Cuál es la grandeza real del baloncesto? El talento y el concepto de equipo. Decía Michael Jordan, que de basket sabe algo, que «el talento gana partidos, pero un equipo gana campeonatos». Y eso es justamente lo que nuestras empresa parecen no conocer. Por un momento iba a escribir «talento»; pero, pensándolo mejor, creo que no conocen el valor de ninguna de esas dos palabras.

Los asistentes nos hemos dedicado a mejorar procesos, eficacia y eficiencia, a atraer talento a los equipos, formar a los mandos, racionalizar la toma de decisiones y a sembrar esa semilla en las empresas. Pero, en el momento en que se nos pagan nuestros servicios, esa semilla se muere, o raro es si germina.

Los equipos creen que ya está todo hecho y toman una posición acomodaticia; y eso lleva a que, ante la menor dificultad, se olviden de todo lo que construímos. Se vuelven «amarrateguis» y ya no quieren riesgos, no persiguen la innovación, no desean con ansia el progreso; entonces solo buscarán resultados. Especialmente en los balances al final del año.

Los equipos más competitivos han sido siempre los de los «jugones», nunca los más «amarrateguis». Con las empresas pasa lo mismo, el talento juega un papel fundamental en el equipo y la valentía hay que entrenarla todos los días hasta ser un «jugón».

Y ¿a dónde nos lleva eso? Directamente al capítulo del talento. El talento es una apuesta arriesgada, de forma que se adopta la medida estándar; comprar músculo, que es mucho más barato. Traducido a las empresas, lo que se hace es equilibrar las pérdidas con los recortes correspondientes en las áreas más fáciles; que siempre son las mismas: personal y costes de producto.

De modo que, paradójicamente, terminamos haciendo justo lo contrario de lo que la consultoría nos vino a decir. En lugar de investigar cómo hacer crecer el volumen de ingresos, lo que se ha hecho es equilibrar a la baja recortando las partidas de gastos. Y el principal gasto de una empresa es, cómo no, el talento.

Con lo cual hemos cercenado cualquier posibilidad de crecer por la vía de la mejora. En lugar de eso, estamos condenando nuestros negocios poniendo techo a sus ingresos. Para ser competitivos necesitamos talento innovador, porque la innovación es el único motor de crecimiento que no tiene techo.

La clave de la competitividad es conseguir más con menos.

E talento está bajo sospecha
Las empresas tienen que jugar a lo mismo

Yo me enamoré del baloncesto viendo jugar a los Lakers del «Showtime»

Y no solo quería ser uno de ellos, quería estar allí y deseaba con toda mi alma que ganaran siempre. Porque no hay nada más hermoso que ser parte del triunfo de la valentía y el talento sobre cualquier otra cosa.

No hay nada más bonito que pertenecer aun equipo como ese. Todos soñamos con estar en una empresa que conoce y practica esos valores, que escucha y actúa en consecuencia. Todos habríamos querido jugar al lado de «Magic», Kareem y Worthy; todos, sin excepción.

Del mismo que nadie quiere jugar en el equipo que se hunde, que no tiene aspiraciones, o que ya se sabe que no se va a jugar nada. El talento se pierde, huye despavorido y busca mejor acomodo. En las empresas esto supone una ruina absoluta y decenas de años para recuperarse del golpe. La fuga de talento es una sangría constante e irremplazable. El que se va, ya no vuelve.

Pero entonces ¿de lo mío qué? Lo de mejorar la competitividad ¿para cuándo? Pues resulta que era para ayer. Los jugones no son una especie que abunde, aunque hay muchos; pero ahora parecen una rara avis, en claro contraste con la cantidad de músculo que se ha incorporado a las plantillas. Incluso en las empresas se habla, orgullosamente, de empresas con «músculo»; cuando debiera hablarse de organizaciones con talento.

La competitividad, más con menos, solo se consigue aplicando talento en todos los procesos de la empresa; incluso en aquellos que solo requieren músculo. Cualquiera puede bloquear en un «pick and roll»; pero no todos pueden dar doce asistencias por partido. Y eso es, justamente lo que no tenemos en nuestras empresas.

Ya, pero la pandemia lo ha cambiado todo y eso también cuenta. Correcto, cuenta y mucho. Ahora hemos despedido talento, para bajar costes, en lugar de repensar la forma en la que hacemos las cosas, para obtener mejores resultados con los mismos gastos. Y eso tendrá consecuencias. De hecho ya las tiene, aunque no se vean.

Conozco un montón de pymes que se han lanzado de cabeza a Internet y a conseguir clientes locales. Especialmente en los sectores relacionados con la hostelería. Muchas empresas proveedoras de hostelería se han dirigido ahora al cliente particular directamente. Lo cual supone un cambio en los plazos de entrega, el tamaño de los pedidos y los costes operativos.

Si sobreviven a esa táctica, muchas no lo lograrán, deberán adoptar un modelo de funcionamiento radicalmente opuesto al actual; ahora tendrán que ser ágiles. Para lo cual tendrán que conseguir más pedidos que sufraguen los costes del personal que necesitarán para cambiar la forma de hacer las cosas. Y eso requiere innovación, o sea talento. Y ya estamos otra vez en el punto de partida.

¿Qué harán los gerentes y directivos ahora? ¿Músculo o talento? ¿Amarrateguis o jugones? Volver a incorporar talento parece inviable, pero incoporar músculo no es mucho menos arriesgado; así que les vuelve a quedar la solución de la consultoría externa. 

Y ese parece ser «el día de la marmota» de las pymes españolas. Así que volveremos a asesorar a las empresas que así lo decidan, volveré a explicar al gerente, ceo o directivo lo mismo que estoy escribiendo aquí y el resultado será muy parecido al que ya todos conocemos.

Dice el refranero español que nadie es profeta en su tierra, pero hay un gran lastre en nuestras empresas que debemos corregir y salvar. Es muy difícil la labor de predicar, máxime si se hace en medio del desierto. Pero aún nos quedan segundos y jugones para enchufar la última sobre la bocina. La innovación nos hace más fuertes, más ágiles, más livianos y, paradójicamente, más sólidos. Y eso requiere talento; que, a su vez, atrae y concentra más de lo mismo.

De modo que no deberíamos permitir que el talento esté bajo sospecha. Por muchas razones. Pero, especialmente porque yo me enamoré del baloncesto viendo jugar a los Lakers del «Showtime» y, al igual que yo, todos habríamos querido correr en ese equipo.

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Foto1 de Wallace Chuck from Pexels – Foto2 de Oleg Magni from Pexels

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